domingo, 10 de agosto de 2008

Condena

Y entonces ella lo miró, preocupada por la distancia palpable en la mirada de él, era fría, como la que usaba con todos, a excepción de ella... hasta ese momento.

La mirada era triste, lejana y analítica; muchas veces la razón está peleada con los sentimientos. Ella le preguntó "¿qué tienes?", un par de lágrimas rodaron por sus ojos y el eco del silencio se expandió por la habitación, se le cerraba la garganta, ¿cómo decirle que se iba?, ¿que desde hace tiempo él se había sentido tan solo como ella habido dicho sentirse hace unos minutos (sin razón)?, ¿Cómo confesarle que le tenía miedo?, un miedo indescriptible, que no podía definir si era miedo a ella ó a que lo que sentía por ella le hiciera abandonarse de sí mismo.

Simplemente sostuvo la mirada y le respondió: "Hay cosas que no tienen remedio", ella le preguntó con interés y un boceto de amor en sus ojos: "Cómo cuáles?", él mantuvo el hielo en sus ojos y le dijo "tú proyecto de vida y el mío son opuestos, es como cuando alguien está condenado a pagar una condena con la vida, aprovecha cada día y trata de disfrutarlo, pero al final sabe cómo terminará todo, lo mismo pasa con nosotros". Ella reaccionó diciendo: "pues caminemos hasta donde tengamos que llegar", las lágrimas de él se enjugaron y sólo dijo: "así es, sé que no lo puedo cambiar y lo acepto, pero esa realidad está conmigo cada día es como un pinchazo que a veces duele más que otras, pero sé que es así". Ella preguntó "¿algo más? y el vió que las ideas, sentimientos y palabras se arremolinaban para salir y decirle: "Claro que sí, la próxima vez que me veas triste y pensativo, no me preguntes qué me pasa, recuerda esta conversación y respóndete a tí misma" en cambio guardó silencio e hizo un gesto de negación con la cabeza.

Salió de la habitación y comenzó a escribir, mientras tanto yo había sido testigo mudo de esa discusión cuando limpiaba las ventanas de la recámara en el edificio de enfrente.

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